Perspectiva de Capgemini

Pascal Brier, Director de Innovación del Grupo Capgemini

Pascal Brier es Director de Innovación del Grupo y miembro del Comité Ejecutivo Global de Capgemini. Desde 2021, lidera la agenda global de Tecnología, Innovación y Emprendimiento del Grupo, supervisando la identificación, exploración y aplicación de tecnologías emergentes en diversos sectores. Bajo su liderazgo, la compañía ayuda a las organizaciones a aprovechar el progreso tecnológico para crear nuevas formas de valor empresarial y un impacto positivo en la sociedad.


De las tecnologías a los sistemas

Cuando se imprimió la Biblia de Gutenberg alrededor de 1455 —una obra maestra de claridad y belleza— el mundo cambió para siempre. El conocimiento por fin podía reproducirse y compartirse a gran escala. El genio de Gutenberg no radicaba en inventar algo nuevo, sino en combinar elementos ya existentes: tipos móviles de metal, tinta a base de aceite y una prensa de tornillo adaptada de las prensas de vino. Su obra marcó una nueva era a través de la convergencia, no del aislamiento.

Lo que era excepcional en el siglo XV se ha convertido ahora en la norma. Hemos entrado en una era donde la innovación ya no se produce dentro de las tecnologías, sino entre ellas. La IA aprende a razonar, los robots a colaborar y los sistemas energéticos a pensar. Cada avance es impresionante, pero el verdadero poder surge cuando interactúan: la inteligencia se encuentra con la corporeidad, la computación con la física, lo digital con lo biológico.

La nueva frontera reside en orquestar estas convergencias. ¿Cómo logramos que las tecnologías funcionen juntas de forma coherente, segura y responsable? ¿Cómo diseñamos interfaces —técnicas, humanas y éticas— que permitan que esta inteligencia opere en distintos sistemas?

El progreso ahora depende de conectar lo que ya hemos inventado.

Hemos entrado en una era donde la innovación ya no se produce dentro de las tecnologías, sino entre ellas.


La nueva lógica de la innovación: de la maestría a la orquestación

En el siglo XX, el éxito industrial se basaba principalmente en el dominio de una sola tecnología. Las empresas se especializaban y expandían en torno a un área específica: electricidad, informática, telecomunicaciones, materiales, etc. La innovación era lineal: la invención conducía a la ingeniería, la ingeniería a la producción y esta a la distribución. La ventaja competitiva provenía de la profundidad de la experiencia y el control de una cadena de valor bien definida.

Hoy, esa lógica ya no se sostiene. En el siglo XXI, el valor reside en la conexión. Las innovaciones disruptivas surgen ahora de la interacción: cuando la IA se une a la robótica para crear sistemas autónomos; cuando la biología se fusiona con la informática para posibilitar la medicina de precisión y la fabricación sostenible; cuando los nuevos materiales se combinan con sistemas energéticos avanzados para acelerar la descarbonización. La frontera es ahora una red fluida e interdisciplinaria.

Este cambio transforma la manera en que las organizaciones deben pensar y operar. Traslada la innovación de los silos de I+D a ecosistemas abiertos, de las patentes a las alianzas, de la integración vertical a la colaboración horizontal. Las empresas que marcarán la próxima década orquestarán sin fronteras, vinculando tecnologías, industrias y conocimientos en sistemas coherentes.

La convergencia también redefine la interdependencia. Las industrias se integran en redes de valor compartido. Humanos y máquinas evolucionan hacia una colaboración híbrida. Los sectores público y privado co-diseñan infraestructuras comunes, desde plataformas digitales y espacios de datos compartidos hasta sistemas interconectados de energía y movilidad. La innovación, antes prerrogativa de unos pocos, ahora es un acto colectivo.

Esta transformación también plantea un desafío a la organización de la investigación pública. La mayoría de las instituciones aún reflejan una lógica de especialización, con laboratorios estructurados por disciplina. Sin embargo, los problemas actuales rara vez se ajustan a tales límites. El diseño de prótesis de última generación, por ejemplo, requiere la colaboración entre medicina, ingeniería, acústica, visión artificial y robótica.

La convergencia exige una investigación que rompa las barreras, fomente la colaboración multidisciplinar y alinee la indagación con la complejidad del mundo real.


Convergencia en la práctica

Tres ámbitos ilustran cómo las tecnologías evolucionan actualmente de forma conjunta.

Primero, la IA y la computación cuántica: dos revoluciones cada vez más interconectadas. La computación cuántica ofrece una nueva forma de procesar información; la IA proporciona el razonamiento necesario para gestionar esa complejidad. Juntas, abren nuevas fronteras en la ciencia de los materiales, la logística y el descubrimiento de fármacos. La IA diseña algoritmos cuánticos eficientes; los modelos cuánticos aceleran el entrenamiento y la optimización de la IA. Este refuerzo mutuo no es solo computacional, sino que marca el inicio de una nueva infraestructura de inteligencia que redefinirá cómo simulamos, predecimos y decidimos.

Segundo, la robótica humanoide, impulsada por la IA, la inteligencia espacial y los materiales avanzados. Lo que estamos presenciando, sobre todo en China, es una rápida migración de conocimiento desde industrias adyacentes (principalmente drones, vehículos autónomos y electrónica de consumo) hacia la robótica. Las empresas están reutilizando su experiencia en sensores, baterías y modelos de visión para crear robots capaces de percibir, adaptarse y operar en entornos reales. El resultado no es solo una nueva generación de máquinas, sino un nuevo tejido industrial: ahora los robots ensamblan robots.

Finalmente, observamos una convergencia en la transición energética. La interacción entre los vehículos eléctricos, la innovación en baterías y las tecnologías solares está transformando tanto la movilidad como la infraestructura. Los avances en un ámbito impulsan grandes progresos en otro: mejores baterías permiten un almacenamiento solar más económico; las redes optimizadas por IA estabilizan la producción de energías renovables; la ciencia de los materiales circulares prolonga la vida útil de los componentes. Lo que antes eran tres industrias distintas conforman cada vez más un solo ecosistema.

Ahora los robots ensamblan robots.


Convergiendo alejándose de la soberanía

Las tecnologías convergentes revelan una verdad más profunda sobre la soberanía tecnológica. A medida que las naciones y las empresas buscan el control de tecnologías críticas (chips, modelos, sistemas energéticos), descubren una profunda interdependencia. Cuanto más nos esforzamos por la independencia, más descubrimos nuestras interdependencias. Los avances cuánticos dependen de las cadenas de suministro globales de semiconductores; la IA depende de semiconductores, datos compartidos y ciencia abierta; la nube depende de infraestructuras y enrutadores complejos; las transiciones hacia la energía limpia dependen de materiales escasos extraídos globalmente.

La verdadera soberanía en la era de la convergencia no provendrá del aislamiento, ni solo de la colaboración. Dependerá del dominio, la seguridad y la integración estratégica de las tecnologías que sustentan la interdependencia. La resiliencia implica desarrollar conocimientos, talento e infraestructura para contribuir significativamente a los sistemas compartidos. La soberanía debe redefinirse como el poder de elegir y limitar las dependencias: colaborar desde la fortaleza, fundamentado en el dominio y las alianzas de confianza.


Liderazgo en un mundo convergente

Si la convergencia define la nueva lógica de la innovación, también redefine el liderazgo. El modelo de innovación emergente hoy en día es colaborativo por diseño. Exige no solo dominio técnico, sino también la capacidad de traducir la complejidad en una dirección clara.

El liderazgo ya no se trata de dominar las tecnologías, sino de orquestar las relaciones entre ellas.

  • De silos a ecosistemas. La innovación está interconectada. Ninguna empresa, por muy grande que sea, puede poseer todas las capacidades necesarias para competir en un mundo convergente. Las organizaciones más exitosas son aquellas que cultivan ecosistemas abiertos: alianzas con startups, instituciones académicas e incluso competidores. Su ventaja no reside en la exclusividad, sino en la conectividad, en la velocidad con la que pueden combinar tecnologías y escalar nuevas ideas en diversos ámbitos.
  • De la velocidad a la coherencia. Durante años, la innovación se medía por la velocidad: la rapidez con la que una empresa podía pasar del prototipo al producto. Pero cuando las tecnologías convergen, el reto pasa de la velocidad a la sincronización. El progreso en IA es inútil si supera el progreso en eficiencia energética o ciberseguridad. La carrera no consiste solo en avanzar rápido, sino también en hacerlo en armonía. El liderazgo, por lo tanto, se convierte en un ejercicio de alineación, que garantiza que la estrategia, el talento y la tecnología evolucionen al unísono.
  • De la invención a la intención. La convergencia multiplica el potencial y las consecuencias. A medida que los sistemas se vuelven más inteligentes y autónomos, se difuminan los límites entre la elección técnica y la responsabilidad ética. La cuestión ya no es si podemos construirlo, sino si debemos hacerlo y bajo qué condiciones. La innovación responsable no es una limitación; es la base de la confianza a largo plazo.

En última instancia, los líderes que darán forma a este siglo son aquellos que comprenden que la innovación ya no es un acto solitario de creación, sino un acto continuo de conexión: equilibrar la ambición con la responsabilidad y la curiosidad con la coherencia.

A medida que las tecnologías convergen, el progreso no provendrá del dominio de herramientas individuales, sino de la ingeniería de las relaciones que las conectan: entre datos y materia, inteligencia y energía, humanos y máquinas. Esta es la nueva frontera del liderazgo: no se trata simplemente de innovar más rápido, sino de construir coherencia a partir de la complejidad, de dar forma a ecosistemas donde la inteligencia, el propósito y el impacto evolucionen juntos.

Estamos entrando en la era de los sistemas inteligentes y la autonomía, donde la IA razona, la computación cuántica, los robots actúan y las redes energéticas se autooptimizan. Nuestra tarea ahora no es solo aprovechar estos sistemas, sino darles dirección: alinear la inteligencia con la intención, el poder con la responsabilidad y el progreso con los límites planetarios. La verdadera medida de la innovación no será la sofisticación de nuestras tecnologías, sino nuestra capacidad para hacerlas funcionar en conjunto, creando una prosperidad duradera y una inteligencia al servicio de la humanidad.

A medida que las tecnologías convergen, el progreso no vendrá del dominio de herramientas individuales, sino de la ingeniería de las relaciones que las conectan.